sábado, 5 de marzo de 2011

Carnaval de la tierra.



Soy una persona completamente citadina, he montando más en avión que a caballo, nunca he tomado leche que no venga de un recipiente sintético y compro mis comida en grandes supermercados en los que todo está refrigerado, desodorizado, desinfectado, publicitado y todos los "ados" relacionados con el mundo "moderno".

La mezcla de llevar ya un buen tiempo en la ciudad y tener ganas de turistear en algún lado con la reflexión sobre la vida tan urbana que llevo me hizo elegir la plaza de mercado de Paloquemao como espacio de investigación para una clase de periodismo de la universidad. Fui con unos compañeros, llegamos en Transmilenio a la estación 'Paloquemao' sobre la carrera 30 y subimos por la calle 19 hasta llegar a la plaza. Durante la caminada hasta la plaza me imaginaba principalmente la venta de carne muy poco higiénica, el desorden, el ruido y a decir verdad más cosas negativas. Es evidente que nunca había estado en una plaza de mercado y mis únicos referentes eran las películas y la versión moderna de las plazas, los supermercados.

Estando en la plaza de mercado me di cuenta que había entrado a una fiesta. Los tomates rojos y jugosos; las piñas coloridas, con sus hojas puntudas; las uvas verdes, moradas en racimos abundantes; las yerbas colgando de estantes atiborrados de matas expidiendo olores deliciosos, ciruelas doradas; uchuvas, naranjas, pequeñitas y dulces; mandarinas, mangos y limones... La cantidad de colores, sabores, olores, el orden en medio del caos, el ambiente frenético y apasionado del lugar me hicieron sentirme en una fiesta sensorial espectacular.
Mis ojos se entretenían viendo miles de colores en cada estante, en cada fruta y en cada persona. Mis oídos estaban atentos a las voces que ofrecían cosas distintas, a los silvidos que alertan a los compradores que alguien con carga necesita pasar por los angostos pasillos. Mi nariz disfrutó ser, por primera vez, la protagonista de la fiesta en la sección de las yerbas aromáticas, pero en todo momento estuvo despierta; en los sangrientos pasillos de la carne, en las frutas, leguminosas, verduras... nunca descansó.


Después de esta rumba agradecí la bendición de estar en un lugar con el que la madre tierra ha sido tan generosa.

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