martes, 30 de noviembre de 2010

Mea culpa.

Tras un proceso dual de introspección y un poco de investigación caí en la cuenta de lo antigua que es la sensación de culpa, no sólo en mis recuerdos, sino en la historia también, específicamente en la del mundo cristiano.

En mi búsqueda me topé con distintas explicaciones de lo que es la culpa y de dónde viene. El primero que surgió entre los libros e Internet fue Freud, él dice que sentir culpa es inherente al ser humano; lo explica con el complejo de Edipo, cómo los hijos eventualmente sentirán una mezcla de emociones negativas hacia su progenitor del mismo sexo, que se traducen en culpa por un conflicto que surge entre el Yo y el Super yo. A decir verdad su explicación no me satisfizo, Freud relaciona todo con el desarrollo sexual del infante, y a pesar de que sea interesante no me resultó emocionante; rimó pero decidí buscar en otro lado. Entré a un portal en Internet llamado “inteligencia emocional” allí explicaban la utilidad de la culpa y cómo ésta regula nuestro comportamiento en sociedad. Explicaban, también, como existen distintos “niveles” de culpa en los cuales ésta se relaciona el daño que se haya causado y las intenciones con las que se actuó. No es lo mismo romper un plato porque estaba enjabonado y se me resbaló, a romper un plato porque no controlé mi ira y lo tiré al piso; el resultado final es el mismo pero la culpa no.

Decidí hacer un pequeño experimento. Busqué la palabra “culpa” en Google y le agregué una afiliación religiosa distinta en cada búsqueda Ej.: Culpa y budismo, culpa y cristianismo, culpa e hinduismo, etc. Después copié la cantidad de resultados de cada búsqueda en una tabla y los comparé. Este experimento, más que un proceso científico, fue una especie de juego que me sugirió por donde continuar mi búsqueda; esto fue lo que encontré:

Afiliación religiosa

Resultado de búsqueda en Google

Culpa y Budismo

458,000 resultados

Culpa y Judaísmo

460,000 resultados

Culpa y Hinduismo

282,000 resultados

Culpa y Taoísmo

155,000 resultados

Culpa y Ateísmo

260,000 resultados

Culpa y Cristianismo

2,310,000 resultados

De estos resultados me llamaron la atención el del budismo y el del cristianismo por ser las dos búsquedas que más resultados arrojaron. Las primeras páginas de resultados de la búsqueda “culpa y budismo” tenían títulos como: “la alegría de vivir sin culpa” o “El Buda sin culpa”. Pronto aprendí que la culpa no hace parte de la filosofía budista; incluso leí que en la lengua tibetana simplemente no existe una palabra para ese término, pues ese concepto no hace parte de la cultura. Las páginas eran como quien dice para cristianos occidentales curiosos por el tema, en las que se les explica una forma de vida libre de un concepto básico dentro de nuestra cultura, eso fue suficiente para saber que debía buscar en otro lado.

Miré un par de las millones de paginas que contenían las palabras “culpa y cristianismo”, todas las que leí relacionaban la culpa con el pecado original y la expulsión de Adán y Eva del paraíso. El pecado original es uno de los dogmas cristianos; el hombre desde su nacimiento carga con la culpa de ser hijo de padres pecadores, para subsanar este mal la Iglesia recurre al sacramento del bautismo y así librarnos de culpa, una realmente difícil de entender para mí, e introducirnos oficialmente en la fe cristiana.

Viendo las cosas así, con un tinte menos inocente, la culpa deja ser algo tan natural en el hombre, pareciera ser una excelente herramienta de control social como lo han propuesto algunos pensadores. La iglesia, como institución humana del cristianismo, se dio cuenta de esto y le sacó provecho; tanto que hoy en día muchos de nuestros actos están influenciados por la culpa, que sentimos o evitamos sentir al comportamos dentro del esquema que nos es asignado.

Mi inquietud por entender la culpa brotó de un lugar incómodo de mis adentros que aún no está del todo saciado. Tal vez ese “lugar” dentro de mí siga húmedo de las aguas bautismales que pretendían limpiarme de culpa pero hicieron todo lo contrario. Más que señalar al cristianismo de hacer sentir culpable a una gran porción del planeta, deseo seguir reflexionando sobre el tema y los invito a ustedes a hacerlo; ojalá sea una reflexión que nos haga críticos y nos permita evaluar el motor de nuestro actuar, y así descubrir si obramos movidos por el miedo y la culpa o el respeto a la vida y el reconocimiento de la igualdad de valor de cada ser humano.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Fue Teté

Yo no fui, fue Teté.

Sentí culpa, no sé por qué pero la sentí. Después de esta incómoda sensación traté de dormir; la lluvia, en cambio, parecía tener otras intenciones, ella no quería dormir y no lo hizo.

No recuerdo que soñé esa noche, suelo recordar mis sueños y los que me gustan mucho o por lo contrario perturbaron mi descanso los anoto para hacer una especie de catarsis o simplemente para recordarlos, lo que sí recuerdo es que me levanté con la misma angustia del día anterior. Al desayunar miraba por la ventana, esa es una de esas por las cuales se pueden ver nubes lejanas, ese es el único pronóstico metereológico en el que uno puede confiar en estas tierras andinas. Mientras me comía una arepa paisa, intenté racionalizar esa sensación, trataba volverla algo más fácil de comprender. Sin dejar de sentirme incómodo empecé a preguntarme ¿por qué siento esto? Y a los pocos segundos mi cabeza estaba llena de respuestas contradictorias. Por un lado pensaba: quien recibe más debe dar más, en otras palabras quien recibe más esta en deuda y debería hacer algo por saldarla. Por otro lado pensaba, yo no le he hecho daño a nadie, yo no los puse a “ellos” en ese lugar infortunado. Esta reflexión, que parecía más una pelea entre ideas y moral, me recordó aquella frase que todos dijimos alguna vez, “yo no fui, fue Teté”. La decíamos buscando la absolución de alguna travesura cometida, como un lavado de manos efectivo para borrar nuestra culpabilidad sobre los actos pero no nuestro remordimiento, no nuestra culpa.

martes, 16 de noviembre de 2010

¡Bienvenidos a "Vive Bacatá"!

Hola.

Mi nombre, sexo y edad ya los conocen incluso conocen algunas de mis películas favoritas, bien, ya sabemos quienes somos así que empecemos de una vez.

Para quienes vivimos en Bogotá es parte de nuestro ritual matutino prepararnos para cualquier tipo de clima diariamente. Eso quiere decir, salir siempre con chaqueta o saco y siempre llevar la sombrilla a la mano. La semana pasada, el martes tal vez, el día comenzó con un sol radiante de esos que ilusionan a todos con vivir un día de “verano”. los que llevamos años en la ciudad hemos aprendido a desconfiar, incluso del clima, yo soy uno de ellos. Vi el sol, me alegré y lo disfruté al máximo pues conocía su carácter efímero. Como lo había predicho a mis adentros, empezó a llover entre las cuatro y cinco de la tarde al principio era un lluvia capitalina simple, luego se intensificó, las gotas se tornaron cada vez más gordas y enojadas, cayeron, cayeron y cayeron. Salí de clases a las seis, el tráfico en la ciudad estaba de locos así que decidí entrar a la biblioteca a ver una película y a esperar que se calmara el caos vehicular. Claramente me mojé, los pantalones en las puntas estaban húmedos, mi chaqueta estaba mojada a pesar del auxilio de mi incondicional sombrilla y mis zapatos tenían su propia piscina, no precisamente aclimatada, dentro de ellos.

Terminé la película titiritando y con el estómago pidiéndome un “pescadito” de la cafetería central pero en mi billetera sólo había una tarjeta roja de Transmilenio de todas maneras el hambre nunca es tan grave cuando uno conoce la hora de su próxima comida, la mezcla de dolor de cualquier tipo e incertidumbre es muy cruel. Salí de la biblioteca pensando en la película que acababa de ver, atravesé el túnel y caminé hasta la Caracas. La estación estaba particularmente congestionada, como era de esperarse, llegué al extremo sur de la ella y tomé el C15 que me llevaría en treinta minutos a mi casa.

Durante el recorrido leí un par de páginas de un libro que llevaba en la maleta y sin darme cuenta había llegado a mi destino. salí de la estación, seguía lloviendo y aún debía caminar un par de cuadras más y esperar el verde de dos semáforos.

Mientras subía las escaleras me imaginaba el plato de comida y jugo que me esperaban -Ojalá sea de mora el jugo o de maracuyá, bueno igual habrá arroz, uy, qué rico arroz, fijo ya se comieron la pega, bueno de pronto hay pollo- pensaba yo. Abrí la puerta entré al apartamento y sentí el alivio que da haber llegado a casa… Saludé a mi familia; boté mi morral en mi cuarto; entré a la cocina; metí mi plato al microondas, un minuto y medio pues no tiene mucha potencia; serví el jugo, era de mango. Pitó el aparato y me fui para el comedor con plato y vaso en mano. Disfruté mucho la comida, una vez satisfecha mi hambre me fui a mi cuarto, me quité los zapatos, medias, chaqueta y pantalón mojados, y me puse la pijama. Me envolví en las cobijas y esperé a que mi cuerpo como por arte de magia recuperara un poco de calor. En mi nido de cobijas se calentaba mi pecho y espalda, y con menos prisa mis pies, fue justo en ese momento que lo sentí.

Tengo qué comer, dónde dormir, tengo una familia, puedo estudiar, divertirme, hacer ejercicio…Pensé en eso y en vez de alegrarme me angustié por tener más recursos que millones de personas.

Sentí culpa.