lunes, 29 de noviembre de 2010

Fue Teté

Yo no fui, fue Teté.

Sentí culpa, no sé por qué pero la sentí. Después de esta incómoda sensación traté de dormir; la lluvia, en cambio, parecía tener otras intenciones, ella no quería dormir y no lo hizo.

No recuerdo que soñé esa noche, suelo recordar mis sueños y los que me gustan mucho o por lo contrario perturbaron mi descanso los anoto para hacer una especie de catarsis o simplemente para recordarlos, lo que sí recuerdo es que me levanté con la misma angustia del día anterior. Al desayunar miraba por la ventana, esa es una de esas por las cuales se pueden ver nubes lejanas, ese es el único pronóstico metereológico en el que uno puede confiar en estas tierras andinas. Mientras me comía una arepa paisa, intenté racionalizar esa sensación, trataba volverla algo más fácil de comprender. Sin dejar de sentirme incómodo empecé a preguntarme ¿por qué siento esto? Y a los pocos segundos mi cabeza estaba llena de respuestas contradictorias. Por un lado pensaba: quien recibe más debe dar más, en otras palabras quien recibe más esta en deuda y debería hacer algo por saldarla. Por otro lado pensaba, yo no le he hecho daño a nadie, yo no los puse a “ellos” en ese lugar infortunado. Esta reflexión, que parecía más una pelea entre ideas y moral, me recordó aquella frase que todos dijimos alguna vez, “yo no fui, fue Teté”. La decíamos buscando la absolución de alguna travesura cometida, como un lavado de manos efectivo para borrar nuestra culpabilidad sobre los actos pero no nuestro remordimiento, no nuestra culpa.

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