martes, 16 de noviembre de 2010

¡Bienvenidos a "Vive Bacatá"!

Hola.

Mi nombre, sexo y edad ya los conocen incluso conocen algunas de mis películas favoritas, bien, ya sabemos quienes somos así que empecemos de una vez.

Para quienes vivimos en Bogotá es parte de nuestro ritual matutino prepararnos para cualquier tipo de clima diariamente. Eso quiere decir, salir siempre con chaqueta o saco y siempre llevar la sombrilla a la mano. La semana pasada, el martes tal vez, el día comenzó con un sol radiante de esos que ilusionan a todos con vivir un día de “verano”. los que llevamos años en la ciudad hemos aprendido a desconfiar, incluso del clima, yo soy uno de ellos. Vi el sol, me alegré y lo disfruté al máximo pues conocía su carácter efímero. Como lo había predicho a mis adentros, empezó a llover entre las cuatro y cinco de la tarde al principio era un lluvia capitalina simple, luego se intensificó, las gotas se tornaron cada vez más gordas y enojadas, cayeron, cayeron y cayeron. Salí de clases a las seis, el tráfico en la ciudad estaba de locos así que decidí entrar a la biblioteca a ver una película y a esperar que se calmara el caos vehicular. Claramente me mojé, los pantalones en las puntas estaban húmedos, mi chaqueta estaba mojada a pesar del auxilio de mi incondicional sombrilla y mis zapatos tenían su propia piscina, no precisamente aclimatada, dentro de ellos.

Terminé la película titiritando y con el estómago pidiéndome un “pescadito” de la cafetería central pero en mi billetera sólo había una tarjeta roja de Transmilenio de todas maneras el hambre nunca es tan grave cuando uno conoce la hora de su próxima comida, la mezcla de dolor de cualquier tipo e incertidumbre es muy cruel. Salí de la biblioteca pensando en la película que acababa de ver, atravesé el túnel y caminé hasta la Caracas. La estación estaba particularmente congestionada, como era de esperarse, llegué al extremo sur de la ella y tomé el C15 que me llevaría en treinta minutos a mi casa.

Durante el recorrido leí un par de páginas de un libro que llevaba en la maleta y sin darme cuenta había llegado a mi destino. salí de la estación, seguía lloviendo y aún debía caminar un par de cuadras más y esperar el verde de dos semáforos.

Mientras subía las escaleras me imaginaba el plato de comida y jugo que me esperaban -Ojalá sea de mora el jugo o de maracuyá, bueno igual habrá arroz, uy, qué rico arroz, fijo ya se comieron la pega, bueno de pronto hay pollo- pensaba yo. Abrí la puerta entré al apartamento y sentí el alivio que da haber llegado a casa… Saludé a mi familia; boté mi morral en mi cuarto; entré a la cocina; metí mi plato al microondas, un minuto y medio pues no tiene mucha potencia; serví el jugo, era de mango. Pitó el aparato y me fui para el comedor con plato y vaso en mano. Disfruté mucho la comida, una vez satisfecha mi hambre me fui a mi cuarto, me quité los zapatos, medias, chaqueta y pantalón mojados, y me puse la pijama. Me envolví en las cobijas y esperé a que mi cuerpo como por arte de magia recuperara un poco de calor. En mi nido de cobijas se calentaba mi pecho y espalda, y con menos prisa mis pies, fue justo en ese momento que lo sentí.

Tengo qué comer, dónde dormir, tengo una familia, puedo estudiar, divertirme, hacer ejercicio…Pensé en eso y en vez de alegrarme me angustié por tener más recursos que millones de personas.

Sentí culpa.



No hay comentarios:

Publicar un comentario